martes, 25 de septiembre de 2007

Polonia

Llegaban las vacaciones de verano y no nos poníamos de acuerdo donde ir. Mi compañera dirigía su mirada hacia el sur del mapa y yo hacia el norte. Tenemos la idea equivocada o no de irnos de vacaciones al extranjero puesto que para quedarnos por aquí ya tendremos oportunidad en los viajes para la 3ª edad, sin desmerecer ni mucho menos los bonitos lugares de nuestra geografía, pero ahora que aun no tenemos obligaciones nos aprovechamos.
El primer país que me atraía en África era Senegal y para llegar hasta ahí hay un largo camino y demasiada aventura a lo desconocido. Volví la mirada a Europa en busca de un destino y me centré en Polonia. Empecé a recabar información del país y realmente vi que era atractivo, quizás no turísticamente, pero sí como avanzadilla para futuros viajes a países “menos seguros”. Precisamente, el tema seguridad era quizás lo que más me preocupaba puesto que en el trotamundos y otras fuentes advertía de los numerosos robos de vehículos.
Solicitamos información del país en la Oficina Nacional de Turismo de Polonia y nos enviaron varios folletos y un mapa muy completo. En un principio se quería hacer una ruta por varios países aprovechando la subida hacia el destino final, pero era demasiado ambicioso querer abarcar tanto. Finalmente, decidimos subir Francia hasta Mulhouse, cruzar Alemania hacia Nuremberg y entrar en la Republica Checa para visitar Praga. Desde Praga entraríamos a Polonia e iniciaríamos la visita propiamente dicha del país.
Partimos el día 6 de agosto sin tener claro cuantos días estaríamos fuera, todo dependía de las incidencias del viaje y el presupuesto, aunque si es cierto que las etapas de subida las teníamos más o menos claras. El hecho de marchar sin tener ninguna reserva de alojamiento plantea ventajas e inconvenientes, pero la experiencia me dice que casi es mejor así, puesto que las inclemencias del tiempo y otros factores ya se cuidan de “marcarte” el viaje. El primer día teníamos claro que había que hacer un buen tirón y nos plantamos en Mulhouse (1.059km).
Ningún problema pero llegamos con lluvia y los tres hoteles Formula 1 de la ciudad estaban completos y optamos por quedarnos en uno de la cadena IBIS.
El segundo día ya no estaba tan claro el destino, pero la lluvia constante y el frío nos aconsejó salir de la autopista y buscar el primer alojamiento que encontrásemos. Nos quedamos en Ilshofen, un pueblecito de cuatro casas mal contadas en una habitación propia de la serie Los Roper.
A la mañana siguiente nos dirigimos hacia Nuremberg con la lluvia a nuestras espaldas, visita a pie por el centro histórico y comida en una terracita muy snop.
Proseguimos el viaje para llegar a la Republica Checa. Trámites burocráticos sencillos y breves. Comprobación de pasaportes y pago de una tasa si utilizas la autopista, cosa que no hicimos y sin embargo utilizamos.

Primer contacto con las carreteras del este sorprendiéndonos los cambios tan bruscos de calzada. La autopista se convertía por arte de magia en una carretera secundaria -entrando en ciudades- para acto seguido enlazar otra vez con la autopista propiamente dicha. Nos chocó ver circular los trolebuses, tranvías, calles adoquinadas y asfalto con las roderas pronunciadamente marcadas por el paso de vehículos pesados.
Al llegar a Praga, solicitamos en un punto de información donde poder alojarnos, reservándonos ellos mismos una habitación en un sótano no muy prometedor, pero asequible y típico de la ciudad.
Llegar allí nos costó cerca de cuarenta minutos y gracias a un transeúnte de la ciudad, que muy amablemente nos indicó previa llamada a la pensión hacia dónde nos teníamos que dirigir.
Pernoctamos dos noches aprovechando al máximo la visita a la ciudad. Siguiendo los consejos de los habitantes la moto durmió en garaje.
Declinamos la perspectiva de visitar Eslovaquia, puesto que la Visa empezaba a resentirse y partimos rumbo a Polonia.Por el camino y en compañía de la lluvia, incansable aliada, comimos en un típico “hogar del pobre”.
Dícese establecimiento anteriormente auspiciado por el estado y que por la módica cantidad de 500.- ptas. al cambio tenias dos platos calientes y cerveza para ambos.Llegados a la frontera con Polonia, fantasmas de los años 60 parecían cobrar vida.
Transeúntes con bolsas repletas de bebidas alcohólicas traspasaban de un lado a otro la frontera.
De
nuevo trámites burocráticos y por fin estábamos en Polonia.
Wroclaw fue nuestro primer destino. La entrada a esta ciudad nos deparó una agradable sorpresa.
En un semáforo nos ponemos en paralelo con una Pontiac Trans Sport y el conductor nos pregunta cuantas horas hemos tardado en llegar. Era Pawel, un polaco afincado en Vinaroz que se encontraba en el país por cuestiones de trabajo.Nos acompañó hasta un hotel dónde hospedarnos y quedamos para que más tarde nos recogiera e irnos juntos a cenar.
A la hora convenida subimos a su vehículo.¡Mierda! Nos encontramos dentro del vehículo de un desconocido, nos cierra los seguros y gas a fondo hacia quien sabe dónde. ¿Pero como hemos caído en esto? Nada por que preocuparse, Pawel es un tío legal.
Nos lleva a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, comida típica del país y bebida a mares. Degustamos bigos (col fermentada) y kotlet schabowy (chuletas de cerdo rebozadas) sin olvidar de aperitivo sledz (arenque escabechado).
La comida polaca es realmente exquisita, fuerte pero exquisita.Desde ahí nos fuimos a un sitio de copas y el vodka del bisonte corrió como el agua. Este vodka es apreciado en el país, puesto que se extrae del cereal por dónde han pacido los bisontes en libertad y sobre el que han orinado. La fiesta acabó regresando al hotel en un taxi, previamente avisado y pagado por Pawel. Un beso al “pobre emigrante polaco”.
A la mañana siguiente y con una resaca del quince, nos dirigimos a Cracovia. A media tarde llegamos a Auschwitz. A nuestro entender era una visita obligatoria, no se puede dar la espalda a la historia. ¡Increíble!.
Pero aún más impresionante y menos conocido es el campo de concentración de Birkenau donde millones de seres humanos padecieron la sin razón de los poderosos, un lugar donde los polacos especialmente quisieran borrar de su memoria. La visita al campo de concentración de Auschwitz tuvo que ser breve puesto que cerraban a las seis de la tarde.KL Auschwitz fue creado en 1940.
Los nazis empezaron a traer a personas de toda Europa - principalmente judíos- pero también gitanos, checos, austriacos, prisioneros de guerra soviéticos y presos políticos polacos.
La entrada al campo te hiela la sangre. Estos hijos de p. hacían entrar a los prisioneros en el campo mientras tocaba una orquesta, bajo un mensaje forjado en hierro donde podía leerse: “Arbeit macht frei” (el trabajo hace libre). No contentos con “la fabriquita” aún tuvieron que hacer dos más. A pocos kilómetros se encuentra Birkenau (Auschwitz II). Si tenéis presente “La lista de Schindler”, recordareis cuando los trabajadores de su fábrica fueron conducidos por error a un campo de concentración dónde el tren que los transportaba, entraba directamente dentro del campo a través de su fachada o torre de vigilancia.
Con el mal cuerpo que se nos quedó después de estas visitas, el frío, y las picaduras de mosquitos, llegamos a Cracovia sobre las diez de la noche. Tarde, demasiado tarde. Y eso que nos sabemos la lección: entre las seis y las siete has de buscar alojamiento sino pasa lo que quieres que no pase, emborracharte de carretera. En un hotel, cuyo conserje recordaba de España la visita de Conchita Bautista, nos recomendaron una residencia universitaria llamada Piast.
Dicha residencia dispone de una oferta de trescientas habitaciones (equipadas todas ellas con un transistor que a todas horas sonaba música de Queen). La moto se quedó durmiendo en un parking al aire libre pero vigilado.
L
legados a esta altura del viaje aprendimos una cosa más de este país y es que los precios se pueden negociar. Sobre el precio inicial de un alojamiento o del mismo parking variará lo que te piden el día de llegada al día de salida.
La visita a Cracovia la hicimos a pie y en transporte público para evitar tener que buscar continuamente un sitio seguro para la moto.
Cracovia es una de las ciudades más bonitas de Polonia. Su centro histórico es sensacional. Es una ciudad donde se respira historia en todos y cada uno de sus rincones: el ayuntamiento, sus innumerables iglesias, sus calles, sus tranvías, etc. Visitamos el barrio judío, donde algunos parajes fueron utilizados por Spielberg para rodar “La lista de Schindler”, y también su cementerio.
Nuestra estancia en Cracovia fue de dos días y nuestro siguiente destino era Varsovia. Antes por eso visitamos las famosas y conocidas minas de sal de Wieliczka. Esta mina constituye un centro de atracción para los turistas del mundo entero. La visita empieza al bajar una escalera de 378 escalones a 64 metros de profundidad. Desde ahí nos vamos adentrando bajo tierra a través de diferentes cámaras y galerías deparándonos un espectáculo maravilloso. Los trabajadores de la mina han ido excavando y modelando figuras en sal.
La excavación por eso más sorprendente es la llamada capilla de la beata Kinga, una iglesia bajo tierra hecha totalmente de sal donde se celebran ceremonias determinados día del año. En otra cámara se encontraba la banda de la mina tocando en vivo para recaudar fondos. El regreso a la superficie se realiza en unos ascensores propios de Port Aventura.
La siguiente visita ineludible fue Czestochowa, ciudad espiritual, centro neurálgico del catolicismo polaco. El azar nos condujo a esta ciudad dos días antes de la peregrinación del 15 de agosto donde se reúnen más de un millón de personas llegados de todo el país. El culto a la Virgen negra de Czestochowa está muy arraigado. Es obvio que Polonia es un país católico y muy devoto, sin olvidar que el papa era polaco.
Tras buscar un parking para la moto, nos sumamos a la peregrinación hacia el convento-santuario de Jasna Góra ( la montaña luminosa) sin salir de nuestro asombro. El culto religioso está tremendamente arraigado en la población y en más de una ocasión nos pareció que la visita a las iglesias por mero interés turístico no era del agrado de los ahí presentes. Para colmo, llegados a la capilla donde se encuentra la Virgen negra y rodeados por multitud de peregrinos se produjo lo que nos temíamos. Toda la sala se arrodilló al unísono dando muestras de su fe, quedándonos de pie en el centro de la sala y con las pintas de motorista: ¡tierra trágame!
De camino a Varsovia nos quedamos a dormir en Rodomsko, en una zona de servicios moderna en el extrarradio de la ciudad. Hotel nuevo y muy bonito donde alojamiento y parking para la moto nos costó menos que en la cutre residencia universitaria de Cracovia.
Próximo destino: Varsovia. Llegamos temprano a la ciudad y nos propusimos encontrar alojamiento cuanto antes. Nos quedamos en un hotel-albergue del que ya teníamos alguna referencia y acertamos de lleno. Fue aquí donde encontramos los primeros turistas españoles.
Varsovia es una ciudad un tanto aséptica, nada comparable a Cracovia. La visita a la ciudad la hicimos con la moto, aunque solo para llegar al centro y volver a dejarla en un parking. No supimos encontrarle mucho atractivo aunque cabe recordar que fue totalmente arrasada durante la guerra, incluso llegando a dinamitar los escombros que aun quedaban en pie. Querían borrarla del mapa pero la testarudez del pueblo polaco la hizo resurgir de sus cenizas.

De Varsovia a Gdansk, la llamada perla del Báltico. Destruida por los alemanes y después por el Ejército Rojo, la ciudad volvió de nuevo a su esplendor. Es realmente una ciudad con mucho encanto. De sus importantes astilleros surgió el sindicato Solidaridad bajo el liderazgo de Lech Walesa. En Gdansk volvimos a hospedarnos en un albergue a las afueras de la ciudad y aquí ya tuvimos mayor confianza para realizar las visitas con la moto. No es extraño que la llamen la perla del Báltico puesto que es realmente bonita y muy cosmopolita. Sus calles tienen un aire especial y es la primera ciudad donde mi compañera pudo resarcirse en las tiendas, especialmente joyerías especializadas en ámbar.
También visitamos la vecina población de Sopot, ciudad balnearia y costera donde disfrutamos de un maravilloso día de playa y tuvimos el atrevimiento de bañarnos en el mar Báltico pese a la fama de mar contaminado por vertidos tóxicos. Aquí se encuentra su célebre malecón de 512m de largo. También visitamos la ópera Lesna, un anfiteatro situado en mitad de un bosque donde se realiza el Festival Internacional de la Canción. A pocos quilómetros se encuentra Gdynia, la zona portuaria más grande del país. Pero no tiene mucho atractivo aunque gracias al “milagro” del capitalismo empieza a resurgir.
El viaje había llegado a su fin. El objetivo se había cumplido pero era hora de regresar a casa. No tuvimos ningún problema de importancia hasta el momento pero aún quedaba un largo camino de regreso.
La moto seguía sin dar ningún problema aunque pasé por un taller para comprobar cierta imprecisión en la dirección. Las presiones eran correctas y me señalaron que el problema no era de la moto sino más bien del estado de las carreteras.
Bajamos hasta Torun, una ciudad con mucha historia y también algo turística. Llegados al centro histórico tuvimos la sorpresa de encontrarnos con un nutrido grupo de motoristas y todos ellos con BMW. Se trataba del Club BMW Italia que venían de hacer un largo recorrido por Europa y Escandinavia. Estuvimos tomando algo con ellos y pudimos comprobar la distancia abismal que nos separaba en cuanto a recursos y organización -por decirlo de un modo más fino-. Encantadores de todas formas.
De nuevo iniciamos el camino hacia la frontera con Alemania. La intención era llegar a Berlín o a sus proximidades, pero de nuevo la cagamos. Tres horas de espera en la frontera y el frío y la noche se nos echaba encima.
Seguimos con el firme propósito de llegar a Berlín pero... las 9, las 10, las 11 y no llegamos. Para quien haya estado en Alemania sabrá que a esas horas encontrar alojamiento es complicado. En la autopista no hay absolutamente nada excepto carretera y áreas de servicio y más bien pocas. Eran las 12 de la noche y estábamos desesperados. Al final, encontramos un bar abierto y nos paramos a preguntar si sabían de algún sitio donde dormir. Casualidad de las casualidades un cliente regentaba una pensión y nos ofreció una habitación.
No disponíamos de marcos y quedamos que a la mañana siguiente iría a un cajero para poder pagarle. La mañana amaneció con lluvia y era tan pequeño el pueblo que no disponía de banco. Al final el mismo dueño me acompañó con su Volvo al pueblo vecino donde pudimos solventar el problema. Llegamos a Berlín bajo un aguacero impresionante. Begonya arrastraba desde Gdansk una hinchazón desmesurada en un pie ocasionada por algún bichito y el malestar de la lluvia y el frío no nos permitió una visita como se merecía la ciudad.
Dejamos la moto bajo unos tupidos árboles y entramos a un museo mientras seguía lloviendo. Al regresar en busca de la moto, no podías acercarte a ella de la peste tan desagradable que hacia al quedar impregnada de las deposiciones de los pajaritos. Esta “sustancia” es muy corrosiva. Desde
entonces, la moto ya no luce el mismo brillo. Partimos de Berlín a media tarde con la moral un poco como el tiempo, gris. Pronto tuvimos que buscar un sitio para dormir y pese a hacerlo con tiempo no tuvimos suerte: o estaba todo completo o sencillamente no nos querían alojar. Finalmente y a la desesperada vimos un cartel que anunciaba una serie de alojamientos rurales siguiendo un camino que se adentraba en el bosque. Imaginaros en un rincón perdido de Alemania, entre las 11-12 de la noche, siguiendo un camino hacia lo desconocido. Al final vislumbramos una luz en lo que parecía una especie de granja o casa de campo. Llamamos a un timbre y nos sale un tipo muy agradable a quién después de explicarle como pudimos nuestras dificultades para encontrar un sitio donde dormir, nos indico que subiéramos a la habitación a descansar y que mañana seria otro día. Realmente te planteas que las cosas tienen que pasar cuando tienen que pasar, ni antes ni después. Un lugar idílico y por un precio correcto. A la mañana siguiente fue cuando disfrutamos realmente del lugar.
Desayuno exquisito junto con la familia que regentaba el lugar, un magnifico día soleado, paseo por el bosque que nos rodeaba; estupendo. Partimos de este paraíso, cerca de la localidad de Eisenberg, con la intención de hacer el máximo de kilómetros aprovechando el buen tiempo. Nos plantamos en Besançon con la compañía claro está de una fuerte lluvia. Francia tendrá sus cosas pero en cuanto a problemas donde pernoctar es otra historia. Nos quedamos de nuevo en un Formula1 ya que es un tipo de establecimiento muy útil por nuestra forma de viajar.
A la mañana siguiente queríamos llegar a casa y así lo hicimos después de devorar los 950 km que nos separaban. Desde luego se ha de reconocer que tengo una inmensa suerte con una compañera que cuando se le propone parar porque el cuerpo ya no aguanta, ella te dice que no, que siga adelante.
Llegamos a Manresa tras un largo viaje de 6.354 km y una experiencia inolvidable, pero... no he hablado de la moto.
Este es nuestro primer viaje realmente importante desde que tengo la BMW R 1150GS. Ningún problema y completamente satisfecho. Poco os puedo contar que no sepáis de esta moto. Lo que realmente me preocupaba era un consumo excesivo de aceite puesto que tenía la experiencia de otras salidas no tan turísticas y sí más racing que se bebía el aceite sintético que lleva ( recomendación del concesionario) como el agua. No fue así ni mucho menos. Tres cuartos de litro habiendo cubierto 6000km, maravilloso. No se hizo nada especial antes de partir, tan solo comprobar presiones, nivel de aceite y poco más. La revisión de mantenimiento la hice en julio y monté neumáticos nuevos (Avon). El consumo de gasolina se llevó 60.000pts de nuestro presupuesto, pero los kilómetros de desgaste se realizaron por autopista a una velocidad contenida y utilizando generosamente la 6ª over-drive. Como equipaje llevábamos las dos maletas originales y el cofre de mi anterior TDM, más el sobre-depósito.
¡Que gran motor tiene esta moto! Con unos bajos impresionantes, en carretera de curvas disfrutas como un camello y en autopista o carretera abierta, el aplomo y la sensación de seguridad es muy alto. Mi unidad no lleva ABS, primero porque vale un pastón y no llegaba el presupuesto y segundo porque a mi entender no lo vas a necesitar. Esta moto viene de origen con dos frenos: los reales y los que te proporciona el freno motor.
La moto solo lleva como extra los puños calefactables, muy aconsejables si utilizas la moto durante todo el año. Los paramanos, las protecciones en los cilindros y la misma bolsa sobre-depósito ”salieron” del concesionario. La protección aerodinámica es escasa, la pantalla se encuentra demasiado alejada y el aire castiga los hombros, pero no supone un gran problema y es de fácil solución. Personalmente soy muy reacio a realizar cambios en la moto si no es por fuerza mayor, con el mantenimiento y las reparaciones ya hay más que suficiente. Hablando de reparaciones, finalizado el viaje y a la vuelta de una escapada en Andorra, la moto no andaba bien. El concesionario me dijo que era el primer caso con el que se encontraban ( y en esto soy especialista) pero se había jodido el cojinete de la cardan. Menos mal que el problema surgió estando ya en casa puesto que no quiero imaginarme solventando el problema en Polonia donde su maravilla tecnológica es la fabricación del pequeño Fiat Seicento.
Termino aquí el relato del viaje a Polonia realizado por Begonya y Josep con su BMW R1150GS. Hasta pronto.


1 comentario:

Mi vida en Moto dijo...

Pues nosotros vamos en quince dias. A ver que tal porque no es de los viajes típicos de moto.

V´ssssss